
A tale of good COP, bad COP
Como siempre, la verdad se halla a medio camino entre ambas posiciones: todo el mundo obtuvo solo un poco de lo que quería.
Bajo la administración Biden, Estados Unidos ha reforzado sus ambiciones comprometiéndose a recortar sus emisiones en un 52% de aquí a 2030, y durante la propia COP, la India se declaró comprometida a alcanzar la neutralidad de carbono de cara a 2070.
Es cierto que algunos de estos compromisos son muy a largo plazo y que existe una enorme divergencia a nivel de ambición, pero en su conjunto, demuestran el avance realizado. Dicho esto, también es natural sentirse decepcionado: los actuales compromisos nacionales (conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional, o CDN) siguen lejos de alcanzar el objetivo de 1,5 ˚C del Acuerdo de París, con lo que se está instando a los gobiernos a mejorar sus compromisos de cara a la COP del año que viene, en Egipto.
Otro desarrollo positivo, que tuvo lugar a finales del evento, fue el anuncio de una colaboración climática más intensa entre Estados Unidos y China. Esto representa un paso significativo, al tratarse de los dos mayores emisores de dióxido de carbono a nivel mundial: en su conjunto representan más de un 40% de las emisiones anuales2. Esto es especialmente relevante desde un punto de vista de inversión, ya que las relaciones recientemente tensas entre Washington y Pekín han creado incertidumbre y añadido presión adicional en las cadenas de suministro. Por ejemplo, Estados Unidos ha impuesto barreras para restringir la importación de productos de energía solar desde China. Los inversores medioambientales seguirán muy de cerca la situación, atentos a señales de mejora en su colaboración.
En primer lugar, más de 100 países se comprometieron a dar marcha atrás a la deforestación de aquí a 2030, con signatarios como Canadá, Brasil, Rusia, China, Indonesia, la República Democrática del Congo, Estados Unidos y el Reino Unido, que representan en torno a un 85% de los bosques del planeta. Aunque en el pasado hemos visto que compromisos y medidas pueden ser dos cosas completamente distintas, y que por consiguiente requieren seguirse muy de cerca, este acuerdo ha colocado firmemente la deforestación en la agenda climática.
El segundo logro significativo fue una iniciativa global para frenar las emisiones de metano, liderada por Estados Unidos y Europa. El acuerdo compromete a los firmantes a reducir sus emisiones totales en un 30% de cara a 2030, y especifica que estos recortes deberán lograrse abordando las fugas de metano de infraestructura de combustibles fósiles. Aunque China y Rusia brillan por su ausencia en esta iniciativa, no deja de ser un significativo paso adelante, ya que el metano es más perjudicial para el clima que el carbono.
Por último, también se prestó una atención significativa a la preocupación en torno a los océanos y los ecosistemas marinos, y al papel que pueden jugar como sumideros de carbono. El artículo 21 del acuerdo final de Glasgow pone explícitamente de relieve la importancia de proteger, conservar y restaurar los sistemas marinos, y el impacto que esto podría tener en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Este mayor reconocimiento del capital natural y del papel que puede jugar en la descarbonización y la desintoxicación del planeta también podría ayudar a dirigir la atención de los inversores hacia áreas que suelen pasarse por alto, como por ejemplo tecnologías agrícolas que tratan de mejorar la calidad del suelo y desplazar el uso de fertilizantes y pesticidas, o empresas que intentan mejorar la salud del océano desarrollando plásticos biodegradables.
Al mismo tiempo, el concepto de un mercado voluntario de créditos de carbono se vio impulsado en Glasgow. Desde la formulación del artículo 6 del Acuerdo de París, los créditos de carbono se han criticado en gran medida debido a la falta de criterios de gestión o estándares unificados. Dicho esto, la COP26 ha presentado un pliego de condiciones acordadas para la negociación de derechos de emisión a nivel internacional, además de establecer un mercado controlado por la ONU que aporta un rigor muy necesario. Es probable que este tema continúe evolucionando en el marco del debate en torno a la contratación de créditos de carbono en distintos países y a la perspectiva de ajustes de las emisiones de carbono en las fronteras, y merece monitorizarse atentamente.
Al mismo tiempo, los resultados de la COP26 brindan respaldo a varios temas de inversión. La transición energética sigue siendo esencial en los objetivos de neutralidad de carbono de los distintos países, y está claro que los inversores deben apoyar a las empresas que proporcionan soluciones de energía limpia. No obstante, la noción de capital natural gozó de una plataforma mucho más amplia, lo cual debería fomentar soluciones medioambientales vitales en torno a los océanos y los sistemas hídricos, el suelo, la alimentación y la silvicultura, así como a las ciudades y edificios sostenibles.
En BNP Paribas Asset Management consideramos importante investigar la totalidad del espectro de oportunidades medioambientales. Nuestro Grupo de Estrategias Medioambientales no solo invierte en activos de infraestructura seguros y a gran escala, como por ejemplo grandes instalaciones fotovoltaicas o de eólica marina, sino que busca asimismo soluciones aún incipientes en términos de tecnología y escala. En su opinión, asignar capital en tecnologías jóvenes y prometedoras podría marcar la diferencia, ayudando a estos negocios a ganar escala y viabilidad comercial con rapidez, y con ello a ejercer un impacto significativo. Esta es la manera en que, junto a nuestros clientes, podemos formar realmente parte de la solución.
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